El reto de la calidad en investigación cualitativa

El reto de la calidad en investigación cualitativa

Reto de la calidad en investigación cualitativa

Juan Zarco Colón
Universidad Autónoma de Madrid, España

Texto publicado originalmente en Colón, J. Z. (2019). El reto de la calidad en investigación cualitativa. In F. N. de Souza, D. N. de Souza, & A. P. Costa (Eds.), Investigação Qualitativa: Inovação, Dilemas e Desafios (Volume 2) (3a, pp. 125–141). Ludomedia

Sinopsis

Los propios fundamentos de la investigación cualitativa se basan en la consecución de resultados rigurosos y de calidad. Bajo ese planteamiento presentaré, en primer lugar, cómo la propia definición del objeto de conocimiento (acorde a su complejidad, intersubjetividad, caracter simbólico, etc) es de por sí una ambiciosa declaración de intenciones. A continuación mostraré, además, cómo varios de los elementos fundamentales del planteamiento cualitativo persiguen por ellos mismos garantizar la calidad tanto del proceso como de los resultados. Recordaré para ello los conceptos de subjetividad, retroalimentación constante, negociación de significados y, de manera enfática, el de inducción analítica; me apoyaré en ellos como ejemplos de lo que sostengo. Una reflexión final, también en términos de calidad, sobre la difusión de resultados y la evaluación de su reconocimiento e impacto cerrará mi intervención.

Introducción

Para abordar el tema propuesto en el presente panel de debate quisierá de manera provisional y transitoria (y con el permiso de mis colegas Clara Coutinho y Emiko Egry) replantear el lema que lo ampara. Y es que si nos tomamos en serio la metodología de investigación cualitativa, y yo lo hago, observaremos claramente que los estándares de calidad de la misma emanan de sus propios planteamientos, a diferencia de otras perspectivas investigadoras que han de apoyarse en conocimientos científico matemáticos para construir discursos, en ocasiones más cientifistas que científicos. Así propongo abordar la discusión acerca de la calidad en Investigación cualitativa de la siguiente manera: Investigar contextos, procesos y situaciones en que intervengan seres humanos resulta un grandísimo reto para el conociemiento científico, la respuesta de calidad a tal reto la proporciona en sí misma la manera cualitativa de abordar dichas realidades complejas.

De esta manera, y si partimos de la idea elemental de que lo que determina la forma de abordar un objeto de conocimiento es precisamente el propio objeto, estaremos de acuerdo en que la metodología de investigación ha de adaptarse a dicho objeto y sus peculiaridades, y no al revés. Por tanto, la definición del objeto del que queremos alcanzar un conocimiento científico (y de sus peculiaridades) exigirá que adaptemos nuestra manera o metodología de investigación a ese contexto. En ese sentido muchos de los elementos fundamentales del planteamiento cualitativo persiguen por ellos mismos garantizar la calidad tanto del proceso como de los resultados, elementos todos ellos formulados en coherencia con la complejidad de su objeto. Recordaré para ello los conceptos de subjetividad, retroalimentación constante, negociación de significados y de manera enfática el de inducción analítica y me apoyaré en ellos como ejemplos de lo que sostengo.

Para concluir incluiré una reflexión final, también en términos de calidad, sobre el lugar de la difusión de los resultados de la investigación y la evaluación de su reconocimiento e impacto.

La definición del objeto en investigación cualitativa

El gran metodólogo británico Ken Plummer define con claridad el tipo de ser humano en el que está pensando cuando alude al humanismo crítico como marco conceptual que ampara la investigación social. Se trataría de un ser humano “enclavado, dialógico, contingente, encarnado, con un caracter moral y político” (Plummer, 2004, p. 17) a lo que podemos añadir histórico y culturalmente condicionado. En la medida en que nuestro objeto, ya lo hemos dicho, está presente en esos seres humanos, cualquier abordaje que no esté a la altura de su complejidad será infructuoso. Asumir, por ejemplo, que podemos explicar qué le ocurre a un colectivo, grupo o cualquier contexto o proceso social sin reparar en que tal objeto de investigación está protagonizado, experimentado, padecido o simplemente participado por personas es una asunción erronea. Si no comprendemos a esos sujetos (que por mucho que sean objeto de estudio científico no se comprenden si no asumimos que tienen una edad, un género, unos valores, ideas, creencias, costumbres, expectativas y pasiones, como todo ser humano) no seremos capaces de entender nada.

Por si ello fuera poco, marcos teóricos como el Interaccionismo simbólico nos recuerdan, además, que tales realidades sociales protagonizadas por sujetos son radicalmente intersubjetivas. Es decir, la clave para su comprensión estriba en captar los significados sociales que las personas asignamos al mundo que nos rodea. Como es sabido este hecho se apoya en tres premisas básicas planteadas por G. H. Mead y divulgadas por Herbert Blumer:

1º.- Las personas actuamos con respecto a las cosas en base al significado que le damos a esas cosas. Es el significado por tanto lo que determina la acción.

2º.- Esos significados no son personales sino fruto de la interacción con otras personas: son significados sociales.

3º-. Los actores sociales asignamos significados a situaciones, a otras personas, a las cosas y a nosotros mismos a través de un proceso de interpretación.

Es por tanto este proceso de interpretación lo que actúa como intermediario entre los significados predisponentes a actuar y la acción misma. Por ello el proceso de interacción es un proceso dinámico y la manera en que una persona interprete una situación dependerá de los significados de que se disponga y de cómo se defina la situación. Como se observa, desde una perspectiva interaccionista, todas las organizaciones, culturas, subculturas y grupos están constituidos en última instancia por actores envueltos en un proceso constante de interpretación del mundo que los rodea (Herbert Blumer, 1969). Como más adelante argumentaré la metodología cualitativa, y todos los fundamentos en que ésta se apoya, no hace falta decirlo, constituye el abordaje óptimo para descubrir esas interpretaciones

1.1   La salud como objeto de investigación cualitativa

Como sea que mi experiencia concreta de los últimos años se ha venido concentrando en aspectos relacionados con la salud, será en ese foco concreto en el que me apoye para ejemplificar lo que afirmo. Así, la salud entendida y contextualizada de manera integral exige tomar en consideración aquellos espacios sociales, intersubjetivos y simbólicos relativos no solo a la enfermedad o los padecimientos, sino también y quizá sobre todo, a todos aquellos escenarios en que se dirime ese “estado de completo bienestar físico, mental y social, [y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades]” que ya definió como “salud” la Organización Mundial de la Salud hace casi 70 años (Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud de 1946). Aunque esa definición oficial clásica ya se ha quedado algo obsoleta, nos ayuda a comprender cómo esos escenarios o contextos, plagados de actores y procesos, son siempre sociales y culturales (y por tanto también contextualizados históricamente) y precisamente por todo ello complejos por definición, poliédricos y experimentados desde determinadas subjetividades que manejarán una u otra significación. Así, como venimos proponiendo desde el Grupo de Investigación Cualitativa en Salud de la Universidad Autónoma de Madrid (GIQS/UAM, vid Pedraz, Zarco, Ramasco y Palmar, 2014), muchos autores desde los campos de la Salud Pública, la Medicina Social o la Antropología de la Medicina han venido señalando la pobreza en la comprensión de los fenómenos relativos a la salud enfermedad solamente desde el modelo biomédico, proponiendo modelos comprensivos de aproximación a esta realidad tan compleja. En ese sentido las llamadas ciencias de la salud serían todas aquellas que toman la salud como objeto de estudio, en sentido amplio, contemplando su pluralidad de dimensiones y que por tanto tienen origen pluridisciplinar.

Desde la clásica distinción de principios de los años setenta, del médico y antropólogo norteamericano Horacio Fabrega (1971) entre “disease” (dimensiones biológicas de la enfermedad) e “illness” (dimensiones psicológicas, sociales y culturales de la enfermedad) hasta las posteriores aportaciones de Young (1982), que aborda también el fértil concepto de “sickness” (las dimensiones sociales de la enfermedad incluyendo las relaciones sociales en donde se insertan los procesos de enfermedad, y a sus articulaciones ideológicas, socio-políticas y económicas) es mucho lo que se ha avanzado. Queda claro así que, aún no limitándose el concepto de salud a la ausencia de enfermedad, incluso la experiencia subjetiva de la enfermedad está influida por factores socioculturales; es el contexto sociocultural e histórico en el cual el sujeto vive el que le proporciona guías en términos de qué hacer cuando siente dolor o disconformidad, de cómo expresar estos sentimientos (verbalmente y no-verbalmente), de a quién requerir ayuda (y de qué tipo), de lo que se espera de los roles y normas que deberían ser tomadas en cuenta para comportarse de acuerdo a las prescripciones de la cultura…etc., etc. En este sentido cada cultura tiene su propio «lenguaje del dolor»; en algunos grupos se espera una expresión emocional del dolor y la disconformidad, pero en otros parece ser lo contrario, como indican varios autores. Existe así, por ejemplo, una definición social y cultural de los síntomas en cada contexto sociocultural. Las personas aprendemos esta definición a través del proceso de socialización. Durante este proceso cada persona es aleccionada acerca de las posibles causas de las enfermedades, las expectativas de rol de su familia, de su entorno y de los proveedores de salud. También de las normas sociales que definen su conducta (las expectativas de los otros acerca de tu rol de enfermo/a).

Se entiende ahora que un objeto de estudio de tal complejidad (y como propongo la salud podría proponer la educación, no menos poliédrica) debe abordarse con una metodología análoga en complejidad. La cualitativa, como muestro a continuación, así lo pretende.

Fundamentos del planteamiento cualitativo que inciden en su calidad

Como vengo afirmando no es necesario acudir a los criterios clásicos de calidad que suelen aplicarsele a la metodología cualitativa (validez, relevancia, credibilidad o transferibilidad, por ejemplo) porque por más que interesantes, de manera previa en sus propios planteamientos centrales esta manera de investigar antepone dicha calidad (desde la adecuación al objeto hasta las estrategias analíticas como veremos) a cualquier otra consideración. Veamos algunos de los fundamentos de la manera cualitativa de investigar para sustentar lo que afirmo.

2.1  Subjetividad

Son muchas las dicotomías o parejas de términos que suelen utilizarse para caracterizar la metodología cualitativa, dando lugar a discusiones clásicas (aunque bastante estériles) entre cuantitativo y cualitativo. De entre ellas una de las más utilizadas es aquella que nos sugiere los términos objetividad/subjetividad. Pues bien, en la mayoría de los planteamiento clásicos el término objetividad nos remitiría a uno de los principales criterios de calidad del conocimiento científico, en el sentido de que éste no ha de ser dependiente de la subjetividad de quien conoce sino aséptica plasmación de los rasgos del objeto estudiado. Quizá esto funcione para los objetos de conocimiento físico natural (y ni siquiera en ese ámbito parece haber acuerdo) pero es un criterio de cientificidad que se adapta mal a la peculiaridad de nuestro objeto de conocimiento, el social, que aborda fenómenos y procesos que en última instancia siempre están protagonizados por…¡sujetos!. Esto es lo que el gran sociólogo de origen polaco Florian Znaniecki denominó “el coeficiente humano” de los datos de las ciencias sociales, que en sus propias palabras “son siempre de alguien, nunca de nadie” (Znaniecki, 1934, pp. 136-137). Por su parte el no menos grande metodólogo español Jesús Ibáñez siempre parafraseaba en sus clases, a las que asistí, la afirmación “si fuera un objeto sería objetivo, como soy un sujeto solo puedo ser subjetivo”.

La subjetividad de la investigación cualitativa, sin embargo, se viene utilizando como arma arrojadiza para señalar que la participación del investigador o investigadora en el análisis e interpretación de resultados (imprescindible y cuanto más intensa mejor) no sería más que una evidencia de su parcialidad, tendenciosidad, falta de rigor, etc. etc. todo ello como sinónimos peyorativos de la idea de subjetividad. No podemos detenernos mucho en esta falacia, pero sí recordar e insistir en el hecho de que no hay peor subjetividad (entendida como desvirtuación involuntaria de la realidad investigada por efecto de nuestros propios valores, creencias, etc.) que el objetivismo ingenuo de quien cree que por aplicar procedimientos estandarizados y vestir una bata de laboratorio, (o usar un programa estadístico, que tanto da) está vacunado del riesgo de proyectar sus valores en los resultados de su investigación. Al contrario, sostengo que solo la absoluta (y honesta) conciencia de que somos personas tratando de comprender a otras personas nos puede prevenir del riesgo de la subjetividad entendida como conocimiento parcial y partidista. En ese sentido es preferible hablar de la necesaria cientificidad, rigor, imparcialidad, honestidad intelectual, etc. que tratándose de investigación social ha necesariamente de ser subjetiva, es decir, auténticamente libre de valores, cosa de la que la llamada objetividad cientifista no es ni mucho menos garantía. Quiero insistir en la importancia de comprender bien esta distinción, más allá del “subjetivismo” como termino descalificador. Es más, la calidad de nuestras conclusiones dependerá en parte de nuestra capacidad de meternos a nosotros mismos como investigadores en la compleja ecuación del análisis. Pero hemos de ser conscientes de ello, hemos de ser subjetivos.

2.2  Retroalimentación constante

El siguiente concepto clave que quiero proponer en términos de calidad es el de retroalimentación constante, que bien puede completarse con otro correlativo, el de saturación teórica. Comenzaré por recordar éste último. En el proceso de la investigación cualitativa se dice que se ha alcanzado la saturación teórica cuando sucesivas indagaciones (tanto con nuevos sujetos como con nuevos intentos analíticos) no nos aportan nueva información relevante acerca de nuestro objeto de conocimiento, no nos ayudan a entenderlo mejor. Es el momento de parar (aunque en verdad no lo es, enseguida se explicará con el concepto de inducción analítica). Por poner un ejemplo, podemos tener programadas 10 entrevistas en profundidad a diez personas que según nuestro muestreo teórico nos bastarían por reunir las características mas relevantes de la población o colectivo que queremos investigar. Es perfectamente posible, y de hecho ocurre a menudo, que a partir de la quinta o sexta entrevista empiecen las redundancias, la saturación, y pensemos que en verdad nos hemos excedido en el tamaño de la muestra. El caso contrario es más frecuente aún, el puro desarrollo de las primeras entrevistas (y el pre-análisis que vamos implementando) nos va alertando de posibles carencias en nuestro diseño teórico porque no habíamos contando con tal o cual característica, posición, rol o lo que sea que literalmente no se nos había ocurrido pues aún no sabíamos de su trascendencia. En esos casos la muestra puede crecer bastante. Pues bien, ambos escenarios de la realidad investigadora cualitativa tienen fácil solución y en verdad son garantía de la calidad de nuestro trabajo; el concepto que lo explica es el de retroalimentación constante.

En investigación cualitativa sabemos que los diseños de investigación concebidos como un proceso lineal, decidido de principio a fin, cerrado, etc. no se adaptan a las realidades que solemos abordar. Y precisamente la retroalimentación constante alude a la posibilidad de mejorar nuestra investigación (diseño, muestra, tiempos, etc) cosa que prevalece frente a cualquier otro criterio y, siempre, estaremos atentos a mostrarnos flexibles frente a nuestro propio diseño. Una vez más esto no es otra cosa que coherencia y fidelidad a nuestro objeto de conocimiento, a sus peculiaridades, y otra forma más en que la metodología cualitativa ha de adaptarse a la realidad y nunca intentar forzar la realidad para que se adapte a nuestra metodología. Se entiende por ejemplo que una aplicación de esa retroalimentación (mejorar nuestra investigación aunque ésta ya esté en desarrollo y la hubiéramos previsto distinta) puede afectar, y de hecho afecta, al tamaño y composición de la muestra teórica previamente diseñada. Pero la retroalimentación constante va más allá del diseño muestral y debe ser una actitud constante en todo el proceso de investigación. Otro ejemplo clarificador, y muy habitual, se da al aplicar esta idea de mejora y enriquecimiento constante de nuestro trabajo al ámbito de un trabajo de campo en desarrollo. Por ejemplo, podemos estar entrevistando a una persona, a la que teníamos previsto llevar a una serie de temas de conversación que suponíamos relevantes y el propio desarrollo de la entrevista nos alumbra aspectos, temáticas o escenarios nunca antes previstos en nuestro planteamiento y que se revelan como muy ricos y explicativos. No sólo dejaremos al sujeto profundizar en ellos (aunque no estaban “en nuestro guion”) sino que en sucesivas entrevistas los incorporaremos como parte de nuestros intereses. Esta flexibilidad, por desgracia, no es posible con técnicas cuantitativas como por ejemplo la encuesta, donde las preguntas (y lo que es más grave, ¡las respuestas!) han de “cerrarse” de antemano.

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